SOBRE ESTE BLOG...

Vas a encontrar, básicamente, data sobre historieta cómica argentina clásica. Además, bastante de bande dessinée. Algunas reflexiones sobre el lenguaje historietístico, muchas polémicas y miles de imágenes, la mayoría de mis propios archivos. La forma más fácil de ubicar un material o autor es ir a "Etiquetas", revisar y hacer click en la pertinente. También podés escribir una palabra clave en "Buscar en este blog". Tenés mi contacto, encima, acá al lado → → →→ → →→ Suelo responder mails si la consulta es muy específica. En cuanto a enlaces que ya no funcan, lo siento, llegaste tarde. Podés tomar lo que quieras, en tanto cites la procedencia. Si no citás, y te ubico, te escracho públicamente, como he hecho en varias oportunidades. Enjoy

sábado, julio 31, 2010

RECURRENCIAS

Otro de los autores recurrentemente tratados en este blog es Cézard. Particularmente, su obra maestra, Arthur le fantôme Justicier. En una nota de los inicios, rescaté una página del episodio de la prehistoria, que conocí de pibe en Billiken (ver). Recientemente descubrí que la idea de las jerarquías sociales en sociedades primitivas, traducidas por el largo de la barba, viene de un trabajo anterior suyo, Les Mirobolantes Aventures du Professeur Pipe (ver).
Lo que demuestra -si es que hay que demostrar algo- que todos tenemos nuestras recurrencias.

viernes, julio 30, 2010

REGALOS DE CUMPLEAÑOS

En coincidencia con haber cumplido cuatro años de permanencia en la web con este blog, recibí dos mails que me dieron la pauta que no he hecho tan mal las cosas. Los dos están relacionados con Torino. No casualmente, dado que es el historietista argentino que más admiro y al que he dedicado gran parte de este espacio.
Me escribe una muchacha desde Tinogasta, haciéndome una consulta que me guardo, para no cometer una infidencia. Pero sí puedo rescatar el fragmento donde relata que encontró aquí imágenes de Don Nicola y las compartió con su padre, a quien le gustaba mucho. "También recuerda a Barrabás, el insecto galerudo. Anoche se puso a recordar, a reírse y a contarme", me dice. La imagen de un padre y una hija remontando décadas juntos, a través de una historieta, me parece bellísima, al tiempo que me gratifica el haber contribuido a generar ese encuentro.
El otro mail es de un familiar de Torino, que llegó hasta aquí buscando información sobre él en la web. Aparte de elogiar mi trabajo, me propone reunirnos con el objeto de continuar la tarea de revalorización de su obra.
Mi búsqueda de información sobre los herederos de don Héctor data de bastante tiempo, con resultados infructuosos hasta el momento. Se concreta de la mejor manera, a través de mi trabajo.
Corrijo: peco de modestia con lo de "no he hecho tan mal las cosas". En realidad, me siento muy orgulloso de este blog, que quieren que les diga...

miércoles, julio 28, 2010

Novela gráfica "Dear Patagonia"

En las dos viñetas de arriba, un personaje lee en una pizzería, el primer número de Patoruzú, contemporáneamente a su salida.



Autor: Jorge González
Fuente: http://jfgv.blogspot.com/

martes, julio 27, 2010

HISTORIETA-PINTURA-TEATRO, por DAO

Carnaval en Ostende (Flandes), sobre el Mar del Norte. Noche del “Baile de la rata muerta”. Baile de máscaras en el casino. En un antiguo edificio de departamentos, se perpetra un crimen pasional. En el piso de abajo, un anciano, inválido durante más de veinte años, camina de pronto. Un cachalote encalla en la playa. De él sale un ejército de ratas. Apagón de luz sobre toda la ciudad. Cuando vuelve la electricidad, sobre la pista del casino yacen, rodeadas de ratas muertas, tres muchachas degolladas. La pareja que bailaba con una de ellas, estaba disfrazada de rata. Un joven inspector de policía es enviado desde Bruselas para investigar el caso...
Así comienza, cargada de sucesos extraños, Le Bal du rat mort, bande dessinée de origen belga (1980), con guión de Jan Bucquoy y dibujos de Jean-François Charles, que tardía y gozosamente acabo de descubrir.
Tendría unos catorce años, cuando leí por primera vez a Michel de Ghelderode. Quedé fascinado para toda la vida con este genial dramaturgo belga, cuyas obras sombrías, expresionistas, surreales, trancurren en su mayoría en el medioevo, al igual que Arthur, le Fantôme Justicier, de su coterráneo Cézard, quien había volado mi imaginación infantil desde las páginas de Billiken. A través de Ghelderode, conocí -además de Breughel y El Bosco- a James Ensor, pintor y grabador de la misma nacionalidad, que solía plasmar el carnaval ostendense y sus grotescas máscaras. Ghelderode le dedica una de sus piezas, Masques Ostendais.
El “Baile de la rata muerta” es un acontecimiento real, se celebra desde 1898, en conmemoración de la visita de Ensor y sus amigos al cabaret La Rata Muerta, durante un viaje en París que habían realizado dos años antes.
O sea que la historieta también homenajea al pintor.
Pero además Bucquoy, su autor, es régisseur. Una de las piezas que puso en escena poco antes de comenzar este guión, fue precisamente Masques Ostendais, de Michel de Ghelderode.

lunes, julio 26, 2010

EL PATORUZU Y LA PATORUZA

(Extractado del sitio La_Vida_de_Leonardo_Favio; en medio de los recuerdos del genial cineasta sobre el Parque Japonés, aparece esta curiosa mención:)
"En Luján había un lugar maravilloso que se llamaba La Gruta Azul. Era una pizzería donde se jugaba al villar y al metegol. Había muchas mesas, de vez en cuando servían comida, y ahí solía presentarse algún guitarrero de Buenos Aires que cantaba tangos. Los dueños eran un matrimonio italiano que había venido de Rosario. A nosotros nos quedó muy grabada una pareja que solía venir de Buenos Aires. Se llamaban el Patoruzú y la Patoruza, y hacían su show en La Gruta Azul. El se ponía una nariz, una peluca y un poncho como Patoruzú y tocaba una especie de violín armado con una lata de aceite, un palo y una sola cuerda. La mujer -que para nosotros era una anciana pero que debería tener cuarenta y pico de años- lo acompañaba tocando la guitarra. El Patoruzú se emborrachaba mucho, y ella, que lo adoraba, muchas veces, cuando terminaba la función, lo dejaba dormir sobre la mesa. Una noche, mientras él dormía, ella se quedó charlando con mi hermano, conmigo y con Cacho Tamis. Advertí que ella no era una mujer común, sino que tenía una gran cultura. Tomó la guitarra y empezó a tocar cosas maravillosas. Resultó que era concertista. Mi hermano y yo quedamos pasmados. Si analizás, ella debe haber estudiado guitarra en los años veinte, lo cual te indica que vendría de una familia muy especial para que en esa época mandaran una chica a estudiar guitarra. De su boca, por primera vez escuché la palabra Tárrega. Ella acompañaba al Patoruzú porque lo amaba. Los dos eran borrachitos, aunque ella más suavemente que él. Pasan los años, yo vengo a Buenos Aires, me instalo en la pensión de Retiro y, para mi sorpresa, me encuentro con que en la pieza de al lado vivían el Patoruzú y la Patoruza. Eso arremetía con todas mi nostalgia. Para ellos yo era una figura difusa que no alcanzaban a recordar. Cada dos por tres les llevaba paquetitos de yerba. Me preguntaron si no tenía algún amigo que pudiera hacerlos entrar a trabajar en el Parque Japonés, dado que yo pasaba tantas horas ahí. Finalmente los hice entrar en ese lugar que se llamaba Babilonia que estaba al lado del Parque Japonés y que yo recreo en Gatica , en la secuencia en que Gatiquita denuncia a su amigo que se coló a ver el espectáculo. El Patoruzú y la Patoruza durante un tiempo tocaron ahí, pero luego empezaron a salir en gira por las distintas provincias, según donde hubiera cosecha, como los gitanos. No los vi nunca más."

PI-PIO, EL POLLITO QUE IMPONIA EL ORDEN (3c)

3-MADUREZ: “JUSTICIA EN EL FART-WEST”
c) INUNDACION DE VILLA LEONCIA

La unidad anterior culmina con una nueva huída de Paco-Pum, que lleva al encuentro con la tribu del cacique Rompe-Huesos y la alianza con éste para apoderarse de Villa Leoncia, eje temático de lo que prosigue. Capturan a Pi-Pío y lo someten a una tortura más cruenta que las que fue víctima el bandido: freírlo en una enorme sartén (o en cocción mixta con spiedo, de acuerdo a lo que sugiere la imagen).
Hay un matiz paradójico, sin embargo. La índole del bárbaro sacrificio, dispuesto por bárbaros, respeta la condición de pollo, recuperada ahora –aún en circunstancias extremas- por el sheriff, mientras que a Paco-Pum se le negaba status humano. Dicha carencia se vuelve a poner de manifiesto en esta instancia, ya que el regocijo y la falta de culpa del villano son contrastados con la sorpresiva compasión que presenta uno de sus secuaces. Se trata de Toto, el tardío integrante de la banda, y por eso –posiblemente- menos contaminado por la maldad extrema del jefe. En cambio, Pepe el Largo colabora avivando el fuego y condimentando al pollito. Y los demás, son indios. O sea seres a los que la conquista negaba la posesión de un alma. Así, la alianza resulta por demás congruente.
Una vez más Ovidio acude en socorro de su jinete-pollo. Vuelto a Villa Leoncia, Pi-Pío informa al pueblo sobre el inminente ataque del malón. Los vecinos distinguidos aportan opiniones sobre las medidas a adoptar, según sus respectivas ocupaciones e intereses, pero es la propuesta de Calculín la que una vez más resulta aclamada: el “generoso” ofrecimiento de un empréstito de guerra. Acto seguido, el sheriff (ya explícitamente mencionado como “máxima autoridad” del pueblo) declara el estado de guerra. Insólito: la iniciativa privada precede la decisión del estado, y financia a los ciudadanos la compra de los armamentos que aquél debería proveer. Los lectores de las Aventuras de Pi-Pío de aquella época, poco se habrán asombrado de las atrocidades que sobrevinieron a la década peronista.
Consonante con los desaguisados ideológicos, la imaginería gráfica de Ferré se torna desbocada. Son incontables los detalles delirantes que aparecen aquí y allá. Baste decir que en el exacto centro de un nuevo cuadro gigante, el de la preparación del malón, planta a Don Quijote de la Mancha con taparrabos, junto a un indio que representa a Sancho Panza.
La primera embestida de la indiada es resistida con heroicidad por los habitantes de Villa Leoncia. La conducta ejemplar de Ovidio en el combate, es premiada por Calculín y Pi-Pío –en renovada muestra de poder omnímodo- ascendiéndolo a Sargento Mayor.
Pero aquí se presenta una vuelta de tuerca magistral: Paco-Pum vuela el dique del pueblo, inundándolo.
Llegados a este punto, nos hallamos en condiciones tanto de repasar sus fechorías, como de justificar, más allá de lo temático, la división que se ha planteado. En la primera sub-unidad los delitos son: intento de forzar la renuncia del sheriff, rapto y consecuente extorsión, hurto de ganado. Actos repudiables, sin duda, pero que no escapan a los que podría ejercer cualquier malhechor. En la segunda, Paco-Pum y sus secuaces no sólo asaltan un banco, sino que con dicha acción atacan un símbolo de orden y progreso, como hemos visto. En la tercera, la alianza con los indios ya implica una oposición abierta entre civilización y barbarie. Pero es con la inundación de Villa Leoncia que el bandido trasciende definitivamente esa categoría para convertirse en amenaza pública. Es decir, en subversivo. Lo que amerita, una vez vencido, un castigo mayor: el destierro.

Quien lo impone –en un “juicio de guerra” y descartando de antemano cualquier otra opinión de los integrantes del jurado- es, por supuesto, Pi-Pío. Quizá hubiera cuadrado mejor que lo aplicara el recientemente ascendido equino. Su nombre, al menos, generaría algún nexo como para traer a colación una pena proveniente del antiquísimo Derecho Romano, y que el mismo poeta sufrió por orden del emperador Octavio Augusto.
Demás está decir que la estatura alcanzada por el enemigo –estricta metáfora, en este caso-, engrandece la figura del héroe y “justifica” sus métodos.
Uno sospecha que si Ferré no mandó a Paco-Pum al garrote vil, es porque pensaba seguir utilizándolo como personaje.
Todo lo cual no quita que este último tramo argumental se convierta en el momento más interesante y singular alcanzado por la serie desde su inicio. Por el contrario, como he apuntado, los elementos fascistoides implícitos en Aventuras de Pi-Pío, hacen que la acción se interne en terrenos épicos.
Para evaluar la magnitud de este giro, debe considerarse que la historieta cómica, por su misma índole, pocas veces ha intentado –y logrado- una épica, aún dentro de lo paródico. Podrían mencionarse –siempre remitiéndonos a lo nacional- algún episodio de Patoruzú, por Quinterno (pienso en “El Gran Duque de la Mancha”, por ejemplo), los proyectos delirantes de dominar el mundo de Agustín, en el Don Pascual, de Battagia, los viajes a países exóticos del Langostino, de Ferro. Pero ninguno de los autores citados puso de héroe a un pollito, lo que ubica a la creación de Ferré en un lugar privilegiado, en este aspecto. Lograr verosimilitud interna, después de instalar y naturalizar un código, en el hecho que un sheriff-pollo lidere la resistencia de un pueblo ante las hordas invasoras, roza la genialidad.
Otra particularidad es que, en las vicisitudes de la gesta, no se observa el menor rasgo de solemnidad, lo que de ningún modo resta grandeza a la misma. Es que si Ferré hubiese suspendido por un momento el delirio que venía imponiendo para ponerse serio –tentación frecuente en otros, y en el mismo Ferré posterior a Pi-Pío-, los resultados no habrían sido los mismos. La sabiduría narrativa del autor, la absoluta confianza en el lenguaje creado, hacen que redoble la apuesta, multiplicando extravagancias y disloques cómicos.
Todo vale: el rescate de la vaca “Pipiovidia” en tareas de inteligencia, un ejército de perros y gatos al que cuesta dominar, Paco-Pum encabezando la invasión desde un carrito de bebé, el sheriff-pollo donando sangre a un humano.
Después de la inundación, cuando las aguas bajan y el malón entra en Villa Leoncia, los vecinos se refugian en su máximo baluarte, el banco. Los indios se disponen a sitiarlo, pero a consecuencia de haber destruido el dique, paradójicamente comienzan a sufrir de sed. Los sitiados, en cambio, gracias a las previsiones arquitectónicas de Calculín, tienen reservas para meses. Paco-Pum va a mendigarles un vaso de agua, pero el sheriff exige como paso previo la rendición. Al dar cuenta de la situación a sus huestes, el bandido rompe en llanto. Los indios aprovechan para beber sus lágrimas. Antológico.
El agua vuelve a jugar sobre el final, pero congelada. Paco-Pum, Pepe el Largo y Toto marchan al destierro en Groenlandia por vía marítima en un enorme témpano. Fueron encerrados allí mediante un procedimiento ideado por Calculín, en base a hielo seco y ventiladores. O sea, una última tortura adicional para los desterrados.

Para suavizar tanta crueldad, desde el puerto, los despide la banda de música de Villa Leoncia con un tango de Gardel.
Definitivamente, Ferré no se privaba de nada.

domingo, julio 25, 2010

PI-PIO, EL POLLITO QUE IMPONIA EL ORDEN (3b)

3-MADUREZ: “JUSTICIA EN EL FART-WEST”
b) ASALTO AL BANCO
Calculín no sólo buscaba a su antiguo amigo, sino también el permiso de éste para establecer el primer banco de Villa Leoncia. Pi-Pío se lo concede, con lo que su rol de autoridad abarca un nuevo atributo: el de otorgar con libre arbitrio espacios públicos para uso privado. Es el primer paso hacia la "institucionalización” del pueblo. Así lo expresa Calculín en el discurso de inauguración de su entidad (el "City Bank"). Desde el palco oficial, donde sólo el sheriff ostenta cargo (al igual que el banquero, los otros ocupantes son personajes destacados de esa sociedad), el niño sabio proclama: “…Y espero que este día sea un escalón más del engrandecimiento de Villa Leoncia, que desde la llegada de Pi-Pío avanza por la senda del orden, de la seguridad y del trabajo…”. A lo que los vecinos responden, exaltados, vivando al pueblo, a Pi-Pío y al progreso. Entre los “vivas!” y “bravos!”, se cuela un “olé!”.
En "Secuestro de Maida", Ferré solo había quebrado la métrica de cuatro tiras por página, de dos o tres cuadritos cada una, planteando tiras con un único cuadro. Llegados a este tramo, se vienen observando viñetas gigantes, que ocupan el espacio de dos tiras y cuatro cuadros (en adelante, esta transgresión se hará frecuente y será utilizada, sobre todo, para momentos épicos).

El nuevo formato aparece en la construcción del banco y en la celebración de su apertura, con la banda de música entonando el himno a Villa Leoncia, donde nuevamente se exalta el progreso. Por si quedaran dudas de quienes son sus artífices, Ovidio remata al son de platillos: “Tara-Tachín…Tachín… Tachín… Vivan Pi-Pío y Calculín”.
Mientras Paco-Pum y sus secuaces traman desde la cárcel el asalto a la recién estrenada entidad, el sheriff, Ovidio y Maida, "regresan a su casa”, según reza la didascalia. Hasta donde sabíamos, por el episodio del secuestro, la niña tenía casa propia, donde vivía junto a sus padres.
Acto seguido vemos a Maida cebando mate a Pi-Pío (flagrante transgresión al ambiente del far-west).
Daría la impresión por estos datos que –sin que sepamos cuándo, cómo ni dónde- se ha formalizado algún tipo de vínculo supra-amistoso entre ambos. Sus propias características -niña y pollito- hacen descartar la hipótesis que la corriente institucionalizadora los haya alcanzado, uniéndolos en matrimonio (aunque en el mundo de Ferré todo es posible). Pero la sospecha del concubinato es fuerte. Se refuerza poco más adelante, cuando se los ve en plena noche, en ropa de cama, en el mismo dormitorio. Claro que también está Ovidio, con gorro de dormir...
Descartando el extremo del trío amoroso, y aún cuando se rechace la existencia del vínculo antedicho, es innegable su sugerencia. La que ya en sí misma constituye un grado de audacia realmente inusitado y loco (por la índole de los personajes) para los parámetros de la historieta cómica infanto-juvenil de la época. No registro precedentes de semejante osadía; al menos en Argentina, donde para ver hogares –normalmente- constituidos hubo que esperar a Mafalda.
Por lo demás, la narrativa transita por carriles más, menos lógicos, siempre dentro del esquema delirante de la serie. Paco-Pum simula regenerarse e instala una panadería desde la que cava un túnel hacia la caja fuerte del banco, guiándose primero por el viento y después por un imán. Perpetra el atraco. Es perseguido –he aquí un tercer cuadro gigante, que abarca dos columnas completas- y capturado por Pi-Pío.

Detengámonos ahora en el juicio público que se le efectúa al malhechor.
El bando que lo anuncia –de forma remisible a la España medieval, dicho sea de paso- formula en sus considerandos: “¡¡Atención!! El sheriff, usando de las atribuciones de su alto cargo, dispone: 1º) Que mañana a las 9 horas, y si el tiempo no lo impide, Paco-Pum será juzgado públicamente en la plaza principal. 2º) Queda invitado el vecindario de Villa Leoncia a este acto de justicia. 3º) Mañana cerrará sus puertas el comercio. 4º) Divúlguese, coméntese y archiveseee…”.

El juez, ubicado en el centro del estrado tribunalicio, con toga, birrete y martillo incluido, es por supuesto Pi-Pío, quien a esta altura se ha irrogado indubitablemente la suma de los poderes públicos. En cualquier película, novelita o historieta que transcurra aún en el pueblo más perdido del far-west, son infaltables, a más del sheriff, el alcalde y el juez de paz. Ferré no los creyó necesarios, le bastaba con el pollito bueno y valiente. Y con la sabiduría del niño prodigio, de yapa. Para qué más?

Ante el supuesto arrepentimiento de Paco-Pum, Calculín propone “usar la balanza de la justicia para pesar la conciencia de nuestro reo”. El procedimiento, descripto en dos grandes cuadros contiguos, se parece demasiado a la tortura del submarino. La conclusión que se extrae de allí, es que el bandido "apenas tiene conciencia", lo que podría traducirse en que a gatas alcanza la categoría de ser humano.
Resta revisar la lógica subyacente en el uso de las grandes viñetas.
a) Construcción del banco: cimientos de un “orden y progreso” basado en lo económico;
b) Inauguración del banco: institucionalización del “orden y progreso”;
c) Persecución de la banda de Paco-Pum, luego del asalto: transgresión del “orden y progreso”;
d y e) Balanza de la justicia: reinstauración del “orden y progreso”.
Y todo este andamiaje conceptual es determinado en exclusividad por el sheriff (recibido por correspondencia) y su amigo financista. La población se halla ubicada en un rol meramente secundario: el de coro aprobatorio.
A esta altura, resulta evidente que al análisis argumental y gráfico de la serie se ha sumado el aspecto ideológico de la misma, andarivel que seguiré recorriendo, aunque con una aclaración (que supongo no alcanzará, de todos modos, para calmar los ánimos de los fanáticos ferretianos). Creo firmemente que sin este matiz de incorrección política verificable en García Ferré, y con origen posible en una no revelada –hasta donde se- simpatía por el franquismo, Aventuras de Pi-Pío no hubiera sido la cumbre historietística que hoy es.

sábado, julio 24, 2010

PI-PIO, EL POLLITO QUE IMPONIA EL ORDEN (3a)

3-MADUREZ: “JUSTICIA EN EL FART-WEST”
A partir del tercer episodio de Aventuras de Pi-Pío (Billiken Nº 1741), la palabra fin, como se ha adelantado, desaparece, dando paso al (continuará) que la serie exhibe de forma permanente (alternando algunas didascalias con interrogantes) hasta el momento mismo en que se deja de publicar. Sin embargo, García Ferré sigue dividiendo los distintos capítulos mediante la renovación de logos alusivos, aunque no siempre incluyendo títulos en ellos, ni correspondiéndose inmediatamente dichos cambios a las unidades temáticas, como se verá más adelante.
En rigor, a este tercer episodio, unificado bajo una misma franja de presentación, cabría dividirlo en tres sub-unidades temáticas. La primera, de 15 páginas, a la que denominaré “Secuestro de Maida”, se extiende hasta el nro. 1755, la segunda (“Robo al banco”, 17 páginas) transcurre entre el 1756 y 1773, y la tercera ( “Inundación de Villa Leoncia”, la más extensa, 24 páginas) desde el 1774 al 1798. Así, durante un año y un mes (27.4.53 al 31.5.54), los lectores de Billiken siguieron las distintas vicisitudes del pollito en Villa Leoncia, su lugar de asentamiento luego de la etapa errante.
Es dicha continuidad de espacio, junto a la de tiempo, la que permite englobar este extenso episodio de 56 páginas en total, más allá de los giros argumentales que en él se verifican, bajo el título otorgado por Ferré: “Justicia en el Fart-West”.

Es menester acotar que, con respecto a la palabra “Fart” (“pedo”, en inglés), cabe la duda si el autor la utiliza por error, en vez de “Far” (“lejano”), o si se trata de un guiño transgresor destinado a entendidos.
Lo que resulta certero es que a partir de este episodio, y después de apenas dos ensayos de aventuras continuadas, la serie alcanza prontamente un alto punto de madurez creativa, asentando y expandiendo todos los elementos expresivos que hasta aquí se perfilaban.
Esta opinión parece ser también la del propio creador, en tanto, varios años después, elije “Justicia en el Fart-West” como punto de partida para la republicación de Aventuras de Pi-Pío en Anteojito.
Así, Ferré dejó afuera aproximadamente un año de tiras en Billiken, con la consecuencia de borrar el pasado de lustrabotas y de linyera del pollito. De modo que los lectores de Anteojito lo conocieron de arranque con un status superior, aunque más tarde, avanzada la serie, los dos episodios omitidos fueron también reeditados.
a) SECUESTRO DE MAIDA

Nada más que con la didascalia de inicio se derrumba cualquier expectativa de asimilación de esta historia a parámetros clásicos de aventuras del oeste. El protagonista, que "al servicio de la ley y el orden", llega a Villa Leoncia para hacerse cargo de "mantener la justicia", no es un cow-boy, curtido en cientos de duelos y acostumbrado a tratar con forajidos, sino un pollito “recién recibido de sheriff, en unos cursos rápidos por correspondencia”. Además, el nombre del lugar donde va a ejercer dicho rol suena a aldea española, como también tienen esa resonancia los apodos de los bandidos (Paco, Pepe). Claro que el apelativo del caballo, Ovidio, remite a los clásicos latinos. Con lo cual, lo apuntado respecto al vocablo “Fart”, parecería no solo intencional, sino además corresponderse con la confusión mental que genera al lector semejante mescolanza. Eso sí… en la viñeta final de la entrega recuperamos la coherencia: Ovidio habla en inglés. Lo que nos hace olvidar el hecho que sea cabalgado por un pollo.
Con Pi-Pío en el rol de sheriff, instalado en Villa Leoncia, acompañado por su caballo parlante, y enfrentado a Paco-Pum y Pepe el Largo, en apenas una página, se han presentado los principales elementos que sostendrán la serie durante largo tiempo.
Si bien en este tramo aparecen otros bandidos, sólo se destacan los mencionados, con una distinción jerárquica: Pepe el Largo monta un caballo de madera y porta una bocina. Paco-Pum, en cambio, que remata sus frases con la onomatopeya “Pum!”, cabalga de verdad y dispara un trabuco.
Sobre el final, aparece un comprador de ganado robado. Aunque aún no se lo identifica por nombre, se trata de Toto, quien terminará integrando la banda en forma permanente.
Una emboscada al flamante sheriff y el consecuente intento de forzarlo a la renuncia, inaugura la larga cadena de tropelías, engaños, secuestros, extorsiones, seudo arrepentimientos, encarcelamientos, huidas, etc. que caracterizarán el historial delictivo de Paco-Pum y sus secuaces.
Precediendo en pocos años al Joe Dalton de Lucky Luke, con el que se emparenta en fisonomía y carácter, Paco-Pum por momentos se conduce tan elemental e infantilmente como Averell. Sus ardides se ven favorecidos por la ingenuidad casi pueril de los “buenos”. Como cuando se presenta ante Pi-Pío con un disfraz de mendigo limitado a una camisola raída y un bastón, manteniendo la característica de su rostro embozado, y el pollito no lo reconoce. Eso sí: se priva de decir “Pum!”, sólo lo piensa. Es Ovidio quien, mediante un olfato más propio de perro que de caballo, advierte el engaño.
También Maida, una vecinita del pueblo, es burlada en su buena fe: al llevarles comida a los forajidos encerrados, cede a sus pedidos y les entrega la llave de la celda. Termina siendo secuestrada, lo que constituye el eje central de esta sub-unidad argumental. Para que Paco-Pum revele el paradero de la niña, Pi-Pío recurre al “método básico-chino”, que consiste en la tortura de cosquillas en los pies (con el correr de la serie, se constatan procedimientos menos inocentes). Maida es finalmente rescatada, y el agradecimiento para con su salvador tendrá consecuencias, como se comprobará en la próxima sub-unidad.
No obstante el fracaso, Paco-Pum continúa su raid con el abigeato antes mencionado. Para desbaratarlo, será Pi-Pío quien esta vez se camufle -junto a su caballo- como vaca “Pipiovidia”.
En el medio, innumerables gags textuales y visuales pueblan los cuadros. Vaya uno de cada uno, a modo de ejemplo:
- Ovidio: “¡Hola, Paco! ¿Cómo estás? ¿Me remember o no te acuerdas de mí?”
- Paco-Pum se tirotea con los colonos que vienen a liberar a Pi-Pío, alertados por Ovidio (rol salvador que el caballo cumplirá a menudo). En tanto lo hace, el bandido se sirve soda de un sifón.


Ya impuesto el orden, Pi-Pío extiende su autoridad de sheriff a la de policía de tránsito. Desde una gaveta de madera sostenida por un botellón y coronada por una tapa de olla, dirige la circulación de carros de verduleros y maniceros, cuando advierte la llegada de un único automóvil. Trae un trailer repleto de dinero, y lo conduce Calculín, quien andaba a la búsqueda del pollito. Cartón lleno.

lunes, julio 19, 2010

TORINO ENSEÑA A DIBUJAR (2)

A fines del año pasado, dí cuenta del hallazgo de un tomo encuadernado con lecciones de dibujo de Torino (VER) y prometí subirlas al blog. Comienzo a cumplir, con la aclaración que son muchas páginas y frágiles, y no todas con el mismo grado de interés, por lo que haré una selección.





viernes, julio 16, 2010

El matrimonio homosexual desactualiza a Torino

Existen casualidades asombrosas. Aburrido, tomé por absoluto azar, para releer, un ejemplar de La Barra de Pascualín de enero del '59. No bien abierta la revista, en la retirada de tapa, me encuentro con esta tira de Don Nicola. Por el tratamiento de aguadas, y el estilo de dibujo, parece provenir de la época de autoconclusivas en Aquí Está!, o sea de una década antes, aproximadamente. Entonces, llegado al tercer cuadro, me doy cuenta que un gag escrito, que había tenido vigencia durante sesenta años, acaba de perderla. En efecto, ante la preocupación de Don Nicola por casarse, Esculapio le pregunta con quién piensa hacerlo. A lo que el gringo contesta: "Con una mojere! Con quién va a sere?".
Claro que lo de la agencia matrimonial ya se había vuelto antiguo hace dos décadas, pongamos, con el auge de los contactos a través de internet.
Es el problema de la historieta cómica que observa las costumbres. Y se agrava para los creadores actuales, dados los cada vez más vertiginosos cambios. Con todo, Torino resistió bastante.
Aparte, sigue incólume que el casamiento -como decía un sabio analista que tuve- siempre resulta una desgracia.

jueves, julio 15, 2010

GUIONISTAS "INVISIBILIZADOS": WADEL

Hace poco, Federico Reggiani reprochaba sutilmente -o sea, con la mesura que lo caracteriza cuando no discute conmigo- a la autora del libro “El Oficio de las Viñetas”, el haber dedicado demasiadas páginas a Oesterheld, “guionista canónico que quizás se nos esté volviendo demasiado canónico” (VER).
Fuera del trabajo de la Sra. Vázquez, al que ya me he referido, coincido con el párrafo transcripto. Es más, quitaría el diplomático “quizás”. Supongo
que también compartimos con Federico la valoración del autor de “El Eternauta”, obra cumbre de la historieta. No se trata de que no sea un gran guionista. El problema (y ya estoy hablando por cuenta propia) es que un medio -el de teoría e historia del lenguaje en la Argentina-, donde se nota una marcada proclividad a la repetición de lugares comunes, Oesterheld termina invisibilizando -para usar un neologismo en boga- a otros de similares méritos.Y creo que en el camino de recuperación del espacio que alguna vez tuvo la historieta en las preferencias populares, es absolutamente necesaria la revisión de los resortes que llevaron a ello. Si es, claro, que podemos dejar de lado ese otro resignado lugar común que los gustos han cambiado.
En el cielo y en la tierra hay más de lo que pueda soñar tu filosofía, Horacio. Incluso agregando a la lista a Wood, Barreiro -que no son santos de mi devoción- o Trillo -al que sí valoro-, no se agota ni lejanamente el universo de grandes guionistas que hemos tenido. Y por ahí debería pasar el repaso de los logros del pasado. Con respecto a los dibujantes, aún con importantes omisiones, y aún cuando no se reediten sus trabajos, se ha escrito bastante. Si bien es comprobable que, desde el actual reinado del dibujo en el mundillo de la historieta, suele tratarse a los historietistas integrales desde ese único aspecto, relegando el análisis de lo argumental. A lo sumo, se habla de la habilidad para crear personajes (otro tema sobre el que cabría reflexionar con mucha más profundidad). Pero Quinterno, Mazzone, Torino, Battaglia, Ferro, en la historieta cómica, o Breccia y Pratt -para poner dos ejemplos de la seria-, no sólo eran efectivos creando caracteres, sino que sabían ponerlos en acción. Lo uno sin lo otro no hubiera alcanzado. Tengo escrito desde hace tiempo (a pedido del amigo Rodríguez Van Rousselt) un extenso artículo donde me refiero a este aspecto en los tres primeros citados. Espero que finalmente se de a conocer en forma impresa -tal era el destino-. De no concretarse, lo haré en el blog. En tanto, me propongo repasar a algunos guionistas que sólo ejercieron ese rol, y que se encuentran injustamente olvidados. Comenzaré por Leonardo Wadel.
Sobre su extensa trayectoria me limitaré a apuntar unos pocos datos, para centrarme luego en el comentario de las páginas que acompañan el post. Se ubica a Wadel, ya en plena madurez creativa, en la etapa de oro de la "Patoruzito" semanal, ocupando el cargo de Director de Redacción, por lo que puede atribuírsele parte de la excelencia que caracterizaba a esa publicación. Pero además, fue allí, junto a Breccia, el artífice de la mejor etapa de Vito Nervio, historieta que hizo historia y que se menciona -una vez más- casi exclusivamente en función de la trayectoria del dibujante. Otras series memorables que llevó adelante en "Patoruzito" fueron “¡A la Conquista de Jastinapur!” y “Conjuración en Venecia”. Pero su concepción del lenguaje se aprecia mejor una vez alejado de las rígidas pautas de Quinterno. Sobre todo en el mensuario “Top”, que dirigió en una etapa, y en las revistas -también de Cielosur- “Fabián Leyes” y “El Huinca”. De esta última (Nº 75, marzo del ’74) extraigo una historieta unitaria, con su firma, junto a Hugo D’ Adderio en dibujos.
Se observa que la primera viñeta obra -junto con el título y según el modelo de cómics de superhéroes, de terror, o también de Eisner, que lo usaba en "The Spirit"- a manera de presentación del conflicto. Toma a éste en el punto crucial y plantea un interrogante sobre su resolución. Es un recurso sumamente efectivo, que conduce el interés del lector en dos direcciones: como se llegará hasta dicho momento y como será el desenlace. Claro que hay que usarlo sabiamente, en función de no anticipar demasiado ni desarrollo ni final. Wadel instala allí la duda sobre la conducta a adoptar por una “ella”, que vemos apenas a través de una ventana. En la didascalia siguiente, describe a una mujer que el cuadro muestra en segundo plano. Parecería que se trata de la misma “ella”, pero a poco, la aceptación de la casi esclavitud que padece el personaje, debilita esa hipótesis. No da para imaginarla dueña de una situación como la esbozada en el principio. Se trata de una colla, en trámite de ser vendida por su patrón a un estanciero y codiciada al mismo tiempo por un gaucho bandido. El interés que suscita surge de la no correspondencia entre su sumisión en el trabajo con la sexual. “Nunca la pude lograr”, dice el patrón primigenio, Don Antenor, al que la colla le fue cedida por el abuelo, para que le cuide el rebaño. Ese comentario lleva al estanciero Protasio a elevar la suma a pagar, y despierta a un tiempo la lujuria del gaucho Ercilio, que escucha subrepticiamente la conversación. Tres hombres, representantes de distintas escalas sociales, desean doblegar el orgullo de una mujer que está por debajo de ellos. Todo esto desarrollado en una sola página.
De inmediato, Wadel da paso a un elemento explícitamente incluido en el inicio: el clima. Obligada por Don Antenor a bañarse en el gélido arroyo, y dándose por supuesto en la orden que la transferencia al estanciero tendrá carácter sexual, la colla acepta resignada y piensa en el frío que hará al día siguiente. La didascalia va más allá, dando cuenta de las terribles consecuencias del viento blanco.
Ya están fijados los ingredientes que elevarán la propuesta autóctono-costumbrista a dimensiones trágicas: dualidad sumisión-orgullo, deseo, furia de los elementos.
A partir de allí, el dominio narrativo de Wadel, terminará haciendo creíble que esa esclava, que sólo se expresa con un “Sí, siñó” y que recuerda nostalgiosamente la vida que llevaba con su “agüelito”, urda una estratagema que termine con la vida de los hombres que intentan sojuzgarla. Y lo hace usando las debilidades que ellos exhiben: el deseo sexual, la codicia.
Una vuelta de tuerca cimentada por antecedentes hábilmente diseminados. Entonces, la respuesta a lo planteado en el primer cuadro, que creíamos poder deducir fácilmente de acuerdo al comienzo de la trama, se transforma al final en la opuesta: “No, siñó!”. El tránsito de la acción, guiada a una situación límite, implacable clima de por medio, despierta un carácter que aparentaba transitar un sólo matiz, pero que llevaba implícito el germen de la rebelión.
Y una vez que la liberación se concreta, que se rompe con un destino vislumbrado como ineluctable, la colla emprende el regreso al paraíso perdido de la infancia, junto a su abuelo. Con la esperanza de encontrar, algún día, un hombre que de verdad la quiera.
Peripecia, personajes y ambiente resultan absolutamente coherentes y funcionales, sin que se advierta detalle alguno que no esté al servicio del relato. En apenas seis páginas y media, utilizando parámetros clásicos, Wadel logra una interacción exquisita de todos los elementos presentados. No es casualidad, por supuesto.
Se suele mencionar, en los pocos testimonios que existen acerca del autor, su extensa cultura. Se observa en esta historieta, sin embargo, que dicho bagaje aparece implícito, sin ostentaciones literarias -frecuentes en Wood, por ejemplo- y al servicio de una narrativa popular. Por otra parte, acotaciones (escuetas comparadas con guionistas de esa generación, incluido Oesterheld, y también posteriores) y diálogos están expresados en un estilo sutil que acompaña la difícil amalgama entre costumbrismo y tragedia.
Nueva coincidencia con Reggiani: en una charla que mantuvimos antes de ayer, Federico comparaba la lectura que tenían estos monstruos del pasado con la de los actuales historietistas, que en su mayoría sólo se han nutrido de historieta. Acoto que, de última, no estaría tan mal si se tratase de la que hacían tipos como Wadel. Y si no se fijaran, claro, sólo en los dibujitos. Quizá eso los llevara a imitarlos, aunque sea en la forma. Pero mejor aún, en la formación.